Serían las tres de la madrugada,
el silencio de la noche
era espantoso no, lo siguiente.
Hubiese preferido el sonido
de un helicóptero aterrizando
que esa carencia de sonido,
ese puto silencio.
Tenía 7 años, pero claro yo
siempre me he creído saberlo todo,
a esa edad sólo concibes la idea
de que la vida gira en torno a ti
y para nada eres uno más en este mundo,
que va, todo lo contrario.
Tenía miedo, mucho miedo,
pero era tan raro todo,
no conciliaba el sueño sólo porque
pensaba ¿a qué le tengo miedo?
¿qué es lo que no me deja dormir?
Quiero que se calle este silencio
de una vez!!!
Me tapaba los oídos pero nada, no había manera,
me daba la vuelta, me ponía de cualquier modo y,
lo dicho, el silencio parecía que se había
quedado a vivir en mi habitación.
Egoístas que somos por naturaleza
y más a esa edad, no me quedó otra que
usar el plan b, el plan que nunca falla:
Llamar la atención de alguna forma para
que un alma caritativa se desvele y
vaya a rescatarte.
Así fue, empecé a llorar,
nunca me ha costado trabajo,
es que era algo incontrolado
lloraba por cualquier cosa
una mirada seria de papá,
una voz más alta de la cuenta,...
cualquier cosa era motivo para que
mis ojos se encristalaran
y brotaran lágrimas descontroladamente.
Pues si, surtió efecto
tres minutos llorando
a moco tendido y,
mamá estaba ya al lado de mi cama.
Hizo falta un abrazo,
me pegó la cabeza a su pecho,
no dijo ni media palabra
pero no sé por qué
el silencio se había escondido.
Me dio un beso y me tumbó,
se quedó sentada a mi lado,
no sé por cuánto tiempo
pues ya no recuerdo más,
sólo que cuando me despertó
para ir al colegio
tenía la sensación de que
había dormido como un tronco.
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